El día que supe que iba a ser escritor

 Generalmente el proceso de escritura —y no me refiero al titánico esfuerzo de las maestras de inicial por lograr que uno pueda unir dos letras juntas— comienza como un desafío, es una apuesta personal que se hace uno a eso de los seis años, y es con total conciencia de que estamos compitiendo con alguien más, con un otro, no importa si ese otro está re muerto como Oscar Wilde, Edgar Allan Poe o Borges; eso no es motivo para desalentarnos ante la calentura hermosa de decir para adentro, "yo puedo escribir un cuento así", es precioso ese momento de "¿a quién se comió Borges? Yo puedo escribir un Aleph mejor",  y ahí comienza el trabajo de ser escritor. 


Nada tiene que ver con cobrar o ganar un centavo, no. No hay tiempo para nada más. A quién carajo le importa las reglas ortográficas, la gramática, si la palabra lleva tilde o no lleva, a ninguno de estos escritores nunca les importó tampoco porque son enfermitos como nosotros en el fondo. Personas que están compitiendo con alguien más. Son unos seis años eternos yo creo. 


Entonces uno, ahí pendejito, chiquito, entre sus juguetes y una especie de escritorio improvisado, comienza un ritual mágico donde nadie tiene derecho a comentar ni opinar. Ni siquiera la madre de uno que lo parió puede; no mamá, dejame la leche con las galletitas en la mesita de Dragon Ball y retirate, por favor. Nos volvemos personas oscuras, nocturnas, nos entra la tinta en la sangre. 


En ese momento la habitación se llena de bollitos de papeles, anotaciones por todas partes, en cualquier pedazo de hoja que exista en la casa, en un pedazo de papel higiénico (limpio), todo sirve para atrapar una idea, porque el día completo se trata de eso. Planificamos la portada, contraportada. Pensamos en una biografía, ¡decime vos qué biografía puede tener un pendejo de seis años!, pero tenemos nuestra propia biografía y queremos leer eso que escribimos. Esos jeroglíficos casi imposibles con inicio y sin final aparente. Un cuento que no va a ninguna parte para nadie, pero para nosotros sí. Y es nuestra obra maestra. Ahí nace el orgullo del escritor y la incomprensión de los demás que no son escritores como nosotros y no saben que le jugamos una apuesta a Borges para romperle el traste con otro cuento mil veces mejor que el puto Aleph. 


Después llega la etapa negra de ese escritor de seis años y llega junto a los poemas para la nena que nos gusta. Pero esa historia va más adelante, es un fragmento angustiante y que conlleva muchas horas de reflexión y chocolatada que nos prepara mamá. 

Comentarios

Entradas populares